¡Saludos, Kalpaníes! Aquí tenéis la entrevista que nos hicieron en Radio Vallekas el día 26/5/2015 a mi compañero Carlos Rojas y a mí, con la intervención de nuestro editor, Xavier. Nos encontraréis a partir del minuto 24. Que lo disfrutéis.
http://www.ivoox.com/matinalrvk-martes-26-05-2015-audios-mp3_rf_4550138_1.html
viernes, 19 de junio de 2015
jueves, 18 de junio de 2015
Entrevista a Rafael Azgra en De todo un poco.
¿Todavía no habéis escuchado la entrevista que hicieron a nuestro loco autor en De todo un poco? Pues aquí la tenéis. En ella se habla de Crónicas de Ananta y de todo lo que rodeó su creación. Gracias a Radio Enlace por este rato tan agradable.
http://detodounpoco1.podomatic.com/entry/2015-06-14T05_03_46-07_00
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Nuevos enlaces de venta de Crónicas de Ananta
Saludos, kalpaníes. Como algunos habréis podido comprobar, hemos comenzado a trabajar con Editorial Luhu. Ya no podréis encontrar vuestro ejemplar en Bubok, pero no desesperéis. Aquí os dejo los nuevos enlaces donde encontrar Crónicas de Ananta, tanto en papel como en edición electrónica.
http://www.luhueditorial.com/libreria/cronicas-de-ananta-kalpana-1oparte_132/
http://www.luhueditorial.com/libreria/cronicas-de-ananta-kalpana-1oparte_140/
http://www.luhueditorial.com/libreria/cronicas-de-ananta-sangre-divina-2o-parte_133/
http://www.luhueditorial.com/libreria/cronicas-de-ananta-sangre-divina-2o-parte_141/
Y no olvidéis que la tercera parte está en camino.
¡Un saludo!
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¡Un saludo!
Prólogo de Crónicas de Ananta: Kalpana
Ananta es un mundo en el que cohabitan miles de millones de especies
diferentes. Algunos continentes evolucionaron al margen del resto. Es el caso
de Kalpana, una tierra creada por Tat-Hogsta y sus hermanos hace milenios.
Como ocurre en la mayoría de las veces, unos cuantos se alzaron sobre los
demás, convirtiéndose en sus soberanos, ya fuese por la fuerza, por su carisma
o por su buen juicio.
Los Reyes de Kalpana fueron seducidos por los espíritus malignos y
repudiaron a los Dioses. Kalpana fue cayendo casi en su totalidad bajo el yugo
de los Reyes, que aniquilaron y esclavizaron a todos aquellos que se les
oponían.
Con el paso del tiempo apareció la Krura: un grupo de fanáticos que, con
el beneplácito de los Reyes, actuaban cada vez con más violencia contra los
fieles devotos de los Dioses, llegando hasta el punto de encarcelarlos, torturarlos
e incluso ejecutarlos.
Los habitantes de Kalpana fueron abandonando sus creencias, pero no
todos. En el norte de Kalpana, en Uttara, estaba el Santuario de los Dioses,
donde se asentaron algunos de los fieles. Otros rezaban en secreto,
perpetuamente amenazados, incapaces de emprender el largo e inclemente camino
hasta Kloster.
La situación se tornó crítica. Los Dioses debían su poder a la fe de
todos los seres inteligentes de Kalpana. Cada vez los que creían en ellos
fueron disminuyendo más en número y Tat-Hogsta y sus hermanos se debilitaron.
Pero había una forma de recuperar su poder e incluso conseguir más, aunque era
arriesgada.
Hace mil años, Tat-Hogsta confió el secreto de la resurrección de los
doce Dioses Olvidados a un sacerdote llamado Ilk, que lo guardaría celosamente
y se lo transmitiría a su sucesor, formando una cadena que se prolongó durante
todo el milenio. Tat-Hogsta y sus hermanos durmieron desde entonces, bajo la
protección de los fieles.
Han pasado mil años desde aquello. Ha llegado el momento del despertar de
los Dioses y los cuatro vientos de Kalpana arrastran algo extraño: aroma a
guerra.
miércoles, 2 de abril de 2014
Primeras páginas de Sangre Divina para los que no podéis más.
Rafael Azgra
Crónicas de Ananta:
Reinaba la tranquilidad en todo Kloster, excepto en el
palacio. Los habitantes esperanzados se agolpaban frente a la fachada. Una
inquietud con reflejos felices se hacía patente en ciudadanos, guardias y
sacerdotes.
En el interior, los criados corrían de un sitio a otro
intentando mantenerse ocupados. En la planta superior dos doncellas proveían de
toallas y agua caliente a un cirujano.
Los narcóticos administrados a la Reina, no conseguían
mitigar el dolor por completo. Canda sudaba y retorcía las sábanas en un
crispado gesto de sus manos.
-Vamos, Majestad. Empuje –el hombre de pasadas seis décadas
y calvo, parecía atareado entre las piernas de su Reina -. Ya falta poco.
La joven respondió con un gemido, mezcla de esfuerzo y
dolor.
En un rincón, Jan miraba a través de la ventana, incapaz de
contemplar el extremo sufrimiento que estaba experimentando su esposa.
De repente un sonido se alzó sobre los demás, provocando el
silencio. El llanto del bebé fue recibido por el corazón de los que alcanzaron
a escucharlo como un manto de felicidad pura.
Jan se giró y se apresuró junto a su mujer, mientras el
cirujano y sus ayudantes limpiaban al recién nacido.
-Es una niña –dijo el cirujano-. Ya lo creo. Una princesa
sana e increíblemente hermosa.
Se acercó con el ruidoso bebé y la depositó en los brazos de
su madre, que lo miró maravillada por lo que acababa de hacer.
Jan casi dejó resbalar una lágrima, pero se la enjugó
rápidamente sin contar con una segunda furtiva, que avanzó hacia abajo hasta
perderse en su barba incipiente.
-Lo conseguiste, amor mío –dijo el padre orgulloso.
-Lo conseguimos –respondió Canda antes de dormirse, víctima
del agotamiento.
En el exterior se hizo el silencio cuando el Mayordomo Jefe
apareció en el balcón.
-Ciudadanos de Kloster. Los Reyes de Uttara ya tienen
descendencia – un grito de júbilo común lo interrumpió y este levantó la mano
pidiendo silencio-. El parto ha transcurrido según lo previsto y podemos
confirmar que ha sido una niña –otro grito, pero menor, hizo que volviese a
pedir silencio-. Los Reyes y la Princesa se encuentran descansando y mañana
recibirán con placer a todos aquellos que deseen presentarse ante la
primogénita del Matrimonio Real.
El comunicado fue recibido con una pequeña sombra de
fastidio y poco a poco la multitud de la plaza se dispersó. Una silueta
envuelta en una capa gruesa se había quedado bajo el toldo de una casa cerrada.
Avanzó en dirección al portón de madera y llamó con la aldaba. A los pocos
instantes, una portezuela de pequeño tamaño se abrió dejando ver el rostro de
una mujer joven. La criada intentó espantar a aquella que pedía ser recibida
por el Rey.
-¿Qué ocurre? –preguntó Jan desde la escalinata.
-Majestad, esta joven…
-¡Es acerca de G’alik! – gritó la muchacha desesperada a
través del agujero.
-Déjala pasar.
Jan fue hasta la puerta al tiempo que entraba la muchacha.
Iba tan envuelta que no había forma de adivinar su edad, excepto por su rostro,
que aparentaba más de dos décadas y menos de tres.
-Por favor, traednos un caldo de las cocinas –Jan dio la
orden suavemente a la doncella, que hizo un gesto de cortesía y desapareció
tras una puerta a la derecha de la escalinata.
El joven monarca pasó un brazo por encima de los hombros de
la joven y la condujo a un salón acogedor en el lado contrario a las cocinas.
-Por favor, siéntate.
La muchacha hizo lo propio y se acomodó en una confortable
butaca, todavía arrebujada en su capa.
-Gracias, señor –dijo la chica mientras Jan avivaba unas
ascuas candentes en la chimenea-. Ojalá hubiera dispuesto de más tiempo. No era
mi intención turbarles en este momento tan feliz.
La joven no pudo reprimir un sollozo y Jan se sentó sobre un
escabel, cerca de ella.
-Has mencionado a alguien muy querido –dijo Jan posando
suavemente la mano sobre el hombro de la chica-. Seguro que merece la pena tu
visita.
-Verá, señor… - la joven no pudo evitar que se le quebrase
la voz.
En aquel momento entró la doncella con dos cuencos de caldo
humeante. La desconocida sufrió un leve sobresalto y evitó la mirada de la
criada, que la observaba disimuladamente pero con curiosidad. Se cubrió con más
celo todavía con su capa.
Cuando la doncella se hubo marchado tras depositar los
cuencos sobre una mesita, Jan prestó toda su atención a la joven.
-Bueno, cuéntame lo que ocurre. Sin más rodeos.
La joven permaneció en silencio y abrió la capa. Un bebé de
poco más de un año dormía sobre el pecho de su madre. Bajo la tela, la joven
ocultaba una serie de moratones.
-Ocurrió tras el banquete de la muerte de Viksakas –comenzó
la joven con un hilo de voz-. Mi marido es marinero y en aquel momento se
encontraba en alta mar. El vino corrió en los festejos y conseguí seducir al
héroe de Apay. Yo estaba muy borracha y me sentía muy sola.
Bajó la mirada intentando ocultar su expresión de vergüenza.
-Conseguí ocultarle la verdad a mi marido, hasta que, hace
un mes, el patrón de su barco obligó a toda la tripulación a pasar un examen médico.
Theo llegó hecho una furia. Llevaba un documento que le diagnostica
infertilidad de nacimiento.
-Te daremos cobijo y protección –dijo Jan tomándole de la
mano, pero ella la retiró rápidamente.
-¡No! Mi Theo me ha perdonado a pesar de mi traición. Con
úna condición: debo deshacerme de la criatura.
-¿Para qué venir hasta aquí, entonces? –respondió Jan
intentando reprimir su furia.
-No me malinterprete. Quiero a mi hijo, pero también a mi
marido. Si lo he traído a Kloster, es porque quiero lo mejor para él.
-Y para ti, por lo visto – Jan tomó el bebé con cuidado y
miró a la joven-. Lo criaré como a mi propio hijo. Vive feliz, sabiendo que tu
hijo también lo hará.
Jan le dio la espalda mientras ella apuraba el caldo de un
trago y salía a toda prisa.
-No te preocupes –cayó en la cuenta de que no sabía el
nombre del bebé, pero se le ocurrió uno perfecto-, G’alik. Vayamos con tu
hermana.
Al día siguiente, el desconcierto que inundó Kloster,
comenzó en el lecho de Canda, desde el cual la Reina contemplaba sin dar
crédito a Jan, durmiendo en una butaca con una mano sobra la cuna y la otra
sujetando a un relajado niño durmiente de aproximadamente un año.
Se incorporó y se levantó reprimiendo un gemido de dolor.
Fue hasta la cuna y tomó a su hija en brazos.
Jan abrió los ojos y vio cómo su esposa esperaba una
explicación.
-Si lo miras, se puede ver el parecido –Jan acarició la
negra cabellera del pequeño-. Este niño es lo único que unos queda de nuestro
G’alik.
Canda se sentó a su lado y amamantó a la pequeña princesa,
que buscaba instintivamente su pecho.
-¿Tiene nombre?
-Por supuesto, lo he llamado como su padre.
-Es un gran nombre –dijo Canda sonriendo-. G’alik y Aisha:
los nuevos miembros de la familia.
Capítulo 1
Las hojas de los árboles le azotaba el rostro. Eso le
gustaba. Batió sus alas dos veces y colocó su cuerpo en vertical. Aterrizó tan
grácilmente como era de esperar. El vuelo era el único placer del joven Ilah.
Tan pronto como el maestro Telara le daba un descanso, se alzaba a unos metros
sobre el suelo, siempre sin sobrepasar las copas de los árboles. Cada vez que
sentía al maestro cerca.
Hacía unos años había descubierto una forma de escabullirse.
De alguna forma, Telara siempre sabía lo que pasaba por la cabeza del joven.
Así que nunca planeaba sus fechorías, o al menos lo que Telara juzgaba como
fechorías.
Se dio la vuelta. Estaba lejos de la cueva. Era seguro
emprender el vuelo. Batió sus alas membranosas alejándose de la alfombra de
hojas que se extendía por el suelo irregular. El momento en el que sus ojos se
asomaban por encima de los árboles de variadas especies, le resultaba mágico y
entrañable. Por ello solía ralentizar su ascenso, disfrutando de cada segundo
de ese instante.
Estaba orientado hacia el Este. Más de cien kilómetros de
bosque lo separaban del primer lugar habitado de Uttara. Cuando tenía diez años,
consiguió llegar hasta allí. Era de noche y fue el primer contacto con los
humanos, aparte de Telara.
Su complexión era la de un joven recién salido de la
pubertad. En cambio, su mente correspondía a su edad. Una niña insomne había
visto una sombra y satisfizo su curiosidad, abandonando su lecho y su casa en
la oscuridad y siguiendo al desconocido.
Ilah se percató de que unos ojos curiosos lo observaban. En
la calle principal, una niña rubia y vestida con un camisón lo miraba
boquiabierta.
-Hola –dijo la niña con tono de adoración.
-Ho…hola –respondió Ilah.
La pequeña lanzó una mirada a las alas plegadas del joven
híbrido.
-Tienes alas ¿puedes volar?
-Claro –el rostro de Ilah se relajó en una sonrisa
-¿quieres? –preguntó tendiéndole la mano.
La niña dio unos saltitos mientras aplaudía.
-Me gustaría mucho.
Ilah se acercó a ella. La pequeña sólo se alcanzaba hasta el
pecho. Se agachó un poco y pasó los brazos bajo sus axilas. Cuando los cuatro
pies se separaron del suelo la niña soltó un grito de emoción seguido de una
risita constante. Era su primer contacto con un extraño y había conseguido
hacerle feliz.
Una lágrima le resbaló por la mejilla. El viento hacía
ondear su pelo castaño hacía atrás, como una estela marrón. Imaginaba que su
hermana, a la que no conocía, tendría aquel aspecto. Aunque Telara la nombraba
con la intención de provocar el mismo odio que Ilah sentía hacia su padre, el
joven híbrido no se desprendía del extraño afecto que entrañaba su hermana,
aunque no la conociese. Aquello le había granjeado numerosas palizas de su Maestro.
Ilah no podía sino someterse a tal habilidad para saber en qué pensaba. El amor
por Aisha, la Princesa de Uttara, era otro sentimiento a reprimir.
Era temprano para volver, pero ya había arriesgado demasiado
en las alturas. Volvió a descender hasta posarse en una rama tan gruesa como un
brazo. Se encaramó a ella agarrándose fuertemente con sus manos y con las
piernas completamente flexionadas. Se dio un fuerte impulso y abrió sus alas
completamente.
Planeó a gran velocidad a través de los árboles, esquivando
ramas y troncos con una habilidad pasmosa.
Llegó hasta el lago del sauce, donde solía acudir cuando
necesitaba aliviar su mente. Aterrizó en las ramas del sauce llorón solitario
que crecía en un montículo en el centro del lago. Se miró las manos. Una
astilla se le había clavado profundamente en la mano izquierda y resultaba
molesta. Utilizó sus incisivos como pinzas y, tras varios intentos, consiguió
tirar fuertemente del fino trozo de madera y sacarlo al exterior de la mano. Se
las frotó, comprobando que no quedaban más y recordó lo torpes que habían sido
aquella noche en la aldea. Catastróficamente torpes.
Tardó varios segundos en comprender lo que había ocurrido.
La niña reía. Su madre, alertada por el sonido exterior salió y gritó al ver a
su hija en brazos de un ser alado. Ilah se asustó y en un acto reflejo, sus
brazos dejaron de sostener a la pequeña, que yacía inerte en el suelo arenoso.
Los alaridos de la madre se hicieron más desgarradores. Ilah
estaba inmóvil, sostenido por sus alas batientes. Los vecinos acudieron
alertados por el escándalo y, al ver el panorama, vengaron la muerte de la
niña, emprendiéndola a pedradas con el joven híbrido.
Aterrorizado más por lo que había hecho que por la reacción
de los aldeanos, huyó de nuevo hacia el bosque, sin dejar de sollozar.
El dolor seguía resultando punzante. La imagen de la niña
muerta y los aldeanos furiosos aparecía frecuentemente en la cabeza de Ilah,
entristeciéndolo en extremo.
Los azotes con vara de avellano de Telara no habían sido remotamente
comparables al sufrimiento de ver a la niña muerta por su culpa.
Aquello les había obligado a ellos y a la tía de Ilah a
abandonar la confortable cabaña que habían encontrado abandonada cerca del
linde del bosque, pero a una distancia
prudencial. Tuvieron que internarse profundamente en la espesura hasta que
encontraron una cueva habitable, abandonada hacía tiempo por algún animal.
Desde aquel día fatídico, las palizas de Telara se hicieron
más frecuentes. Y con ellas, las discusiones entre el Maestro y su tía, Enzuri.
Tenemos portada y fecha de lanzamiento para Sangre Divina!!!
Que todo el mundo esté atento la noche del 14 al 15 de abril. Sangre Divina llegará con la luna roja.
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